El Vía Crucis o Camino a la Cruz es una de las practicas de devoción más
antigua entre los católicos en todo el mundo, centrada en los Misterios
Dolorosos de Cristo y que representa los episodios más notables de la Pasión de
Jesús. Es una manera de recordar la pasión de Jesús y de revivir con Él,
acompañándolo en su Pasión y su Muerte, es decir en los sufrimientos que tuvo
en el camino al Calvario. Se divide en catorce estaciones o momentos que
narran, paso a paso, la Pasión de Cristo desde que es condenado a muerte hasta su
sepultura. En los últimos años, suele agregarse una nueva 15ª estación, La
Resurrección del Señor, que resalta el hecho de que si Cristo no resucito, la
fe de los creyentes seria en vano. También recibe el nombre de las Estaciones
de la Cruz o Vía Dolorosa.
Los feligreses rezan el Vía Crucis
caminando en procesión, como simbolismo del camino que Jesús recorrió hasta el
Monte Calvario, deteniéndose en las estaciones para escuchar una lectura. Cada
estación tiene un núcleo central, señalado en un pasaje del Evangelio, que propone a la meditación de los momentos
importantes de la Pasión; en camino a las estaciones se puede reflexionar, rezar
un Padrenuestro o cantar según las tradiciones de las diferentes comunidades
eclesiásticas. En los templos o iglesias, cada una de las estaciones tiene
imágenes en las paredes, que representan los hechos del Vía Crucis. Encabezando la procesión, uno de los participantes lleva
una cruz grande, la cual puede pasarse a otra persona durante la procesión.
Origen.
La
costumbre de rezar un Vía Crucis
viene posiblemente de Jerusalén. Según la tradición, la Virgen María visitaba
diariamente las estaciones originales, que fueron reverentemente marcados desde
los primeros siglos. Al parecer desde los tiempos de San Jerónimo, Padre la
Iglesia, peregrinos en Jerusalén se reunían por la mañana del Viernes Santo
para venerar la cruz de Jesús, y luego al inicio de la tarde volvían a reunirse
para escuchar la lectura de la Pasión. Desde
el siglo doce los peregrinos escriben sobre la "Vía Sacra", como una
ruta por la que pasaban recordando la Pasión.
A los Franciscanos se les atribuye el ser los primeros
en establecer el Vía Crucis y
propagar su devoción debido a que a
ellos se les concedió en 1342 la custodia de Tierra Santa, aunque no está claro
en qué dirección se recorría ya que, según parece, hasta el siglo XV muchos lo
hacían comenzando en el Monte Calvario y retrocediendo hasta la casa de Pilato.
En especial, el franciscano San Leonardo de Porto Maurizio destaco en la labor
de propagar el Vía Crucis en el siglo
XVII, luego de que el Papa Inocente XI en el año 1686 concediera a los
franciscanos el derecho a erigir Estaciones en sus iglesias, señalando que
todas las indulgencias obtenidas en la Tierra Santa las podrían ganar haciendo
el Vía Crucis en sus propias iglesias según la forma acostumbrada. Gracias a su
trabajo, el Vía Crucis se comenzó a
rezar el Viernes Santo en el Coliseo de Roma.
En años posteriores, el privilegio de los franciscanos
a erigir las estaciones del Vía Crucis
sufrió tanto confirmaciones como modificaciones: Inocente XII, en 1694,
confirmo este privilegio; en 1726, Benedicto XIII lo extendió a todos los
fieles; y Clemente XII, en 1731, lo extendió a todas las iglesias siempre que
un padre franciscano erigiera las estaciones con la sanción del obispo local. Así
mismo, en el año 1731 se fijo en catorce el número de las Estaciones. Benedicto
XIV, en 1742, impulso a los sacerdotes a enriquecer sus iglesias con las
Estaciones. En 1837, la Sagrada
Congregación para las Indulgencias declaró que era más apropiado que las
Estaciones comenzaran desde el lado de la iglesia en que se proclama el
Evangelio, aunque esto puede variar según la estructura de la iglesia y la
posición de las imágenes en las Estaciones, y la procesión debe seguir a Cristo
más bien que encontrarse de frente con El. En
1857, la Santa Sede concedió facultades a los obispos de Inglaterra para erigir
ellos mismos las Estaciones con indulgencias cuando no hubiese franciscanos. En
1862 se quitó esta última restricción y se concedió permiso a todos los obispos
para erigir las Estaciones, ya sea personalmente o por delegación siempre que
fuese dentro de su diócesis.
El primer registro del uso de la palabra
"Estaciones", refiriéndose en el sentido actual del Vía Crucis, se encuentra en la narración del peregrino
inglés Guillermo Wey, quien relata sus visitas a la Tierra Santa en los años
1458 y en 1462 y menciona 14 estaciones, de las cuales solo cinco de ellas
corresponden a las que se usan actualmente. Las Estaciones, como se conocen actualmente, aparentemente fueron
influenciadas por el libro "Jerusalén sicut Christi tempore floruit"
escrito por un tal Adrichomius en 1584. En este libro el Vía Crucis tiene doce
estaciones, que corresponden exactamente a las actuales primeras doce.

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