La
celebración litúrgica del Viernes Santo
empieza con un rito inusual de entrada. El sacerdote y sus ministros salen en
silencio, sin canto, van vestidos de color rojo, el color de los mártires: de
Jesús. Al inicio de la ceremonia, luego de hacer la reverencia al altar, el
sacerdote se postra en el suelo o se arrodilla ante él. El rito de la
postración tiene el significado de la humillación del hombre terreno que
suplica perdón por sus pecados, así como la tristeza y el dolor de la Iglesia. La comunidad se arrodilla
a la postración del sacerdote, y después de un espacio en el que oran en
silencio, dicen la oración del día, con la que termina el rito de entrada.
Según el Misal, esta oración presenta dos opciones: una apunta a que ya se está
celebrando la Pascua, y la
otra compara los efectos de la Pasión del Señor Jesús con los del
pecado del primer Adán.
Las lecturas
de este día deben ser leídas por entero. El salmo y el canto que precede al
Evangelio, deben cantarse como de costumbre. La lectura de la Pasión según San Juan, que constituye el centro
de la celebración, se canta o se proclama del mismo modo que se hace en el
domingo de Ramos. Luego de la lectura de la
Pasión se lleva a cabo una corta
homilía, para reflexionar sobre la gran lección de la Cruz. Al finalizar, los feligreses
pueden permanecer en oración silenciosa durante un breve espacio de tiempo. La
Oración Universal de este día es la más solemne y clásica, y expresa el valor
universal de la Pasión de Cristo, clavado en la Cruz para la salvación de todo el mundo.
Actualmente esta oración tiene cuatro intenciones por la Iglesia, otras cuatro por los
creyentes o no creyentes, y dos por los gobernantes y los que sufren de alguna
manera.
En la
adoración de la Cruz, esta última
es el elemento que domina toda la celebración
como trono de gloria e instrumento de victoria. Este rito debe hacerse
con el esplendor digno de la gloria del misterio de nuestra salvación, y la
invitación al mostrar la cruz y la respuesta de los feligreses debe hacerse con
canto. Cada una de las postraciones debe seguir con un silencio de reverencia.
Cada uno de
los presentes en la celebración, clero y feligreses, debe acercarse a la Cruz para adorarla, y solo en el caso de
una masiva y extraordinaria presencia de fieles se hará una única adoración en
la que todos participen. Se debe usar una sola Cruz para la adoración. Durante
la adoración, es recomendable que se canten las antífonas, los improperios y el
himno que están en el Misal Romano, o bien otros cantos adecuados. Se sugiere,
en honor a Santa María, añadir una breve remembranza de la Virgen María al
final de la ceremonia.
Las hostias
de la comunión del Viernes Santo se consagran el Jueves Santo, razón por la
cual a la celebración de este día se le llame “misa de presantificados”.
Finalizada la adoración de la
Cruz, y la evocación a Santa María si se
realizo, el sacerdote recoge el Santísimo Sacramento de la reserva por el
camino más corto, mientras los ministros revisten el altar con el mantel, los cirios, el
corporal y el Misal. Cuando el copón con las hostias se halla sobre el altar,
el sacerdote canta o reza la invitación al Padre Nuestro, la comunión se debe
desarrollar como le describe el Misal. Al terminar la celebración, el altar se
despoja y la Cruz se deja con cuatro
candelabros, en un lugar el que todos puedan adorarla, besarla y permanecer en
oración y meditación delante de ella.
0 comentarios :
Publicar un comentario